jueves, 10 de mayo de 2007

Una Semana Santa en Toledo siendo del Opus Dei

Fue una experiencia inolvidable. Este viaje se preparo no porque en la Obra se estile irse por ahí de Semana Santa sino por motivos apostólicos.

Una amiga mía se iba a su pueblo a pasar la Semana Santa y como las directoras la veían pitable me estuvieron dando la lata para quedar con ella y pasar allí ese inolvidable Viernes Santo.

Salimos a primera hora de la mañana, a las ocho, con solo un café en el cuerpo, para los que no lo sepáis es día de ayuno y abstinencia, por fin en Toledo saludamos a mi amiga, nos hizo de guía turística por todos los monumentos de Toledo, yo tenía la tensión por el suelo, necesitaba otro café pero como nadie decía ni pío seguimos viendo procesiones.

Recuerdo que hacía mucho calor, yo no conocía nada de Toledo y según me dijeron aquí las procesiones eran muy austeras, nada de vivas, aplausos etc., todo era en silencio.

El día anterior nos comentaron que no lleváramos nada de comer, que allí ya compraríamos algo. ¡Que error!

Después de cinco horas de caminata vino el feliz momento de comer algo y descansar, eso pensé yo. Las cafeterías estaban a rebosar no se podía entrar, como todas estábamos desmayadas optamos por ir a los puestos de la calle que vendían bocadillos, y van y nos salen con que sólo los tienen de jamón, chorizo, salchichón, etc. Entonces va la de turno y pregunta: ¿Oiga pero si hoy no se puede comer carne? Con amabilidad nos aclara el dependiente que esos puestos eran para los costaleros y ellos no tienen esa obligación. Viendo nuestras caras de hambre se compadeció de nosotras y nos dijo que le quedaban tres latas de mejillones. Ahí nos veis repartiendo las tres latas para cinco bocadillos. Como siempre terminamos en un poyete, bien sentaditas, comiendo nuestros bocatas.

El calor sofocante, el dolor de píes por la caminata, unido a que el piscolabis en vez de quitarme el hambre me la aumentó, hizo que me enfadara muchísimo. Pero nada importaba, todo eran bromas y risas. Eran las tres y media de la tarde cuando terminamos la “gran comilona”, entonces sale una voz del grupo con un ¿rezamos el rosario?. A mí se me cambio la cara, creo que por los ojos echaba chispas, una, al verme en este estado me dice al oído con una sonrisita de complicidad: ofrécelo por tu amiga y seguro que pita.

Añado que durante el resto de la tarde no nos atrevimos a comer ni beber nada puesto que eso supondría no poder cenar en casa y tener que esperar hasta las 12 de la noche para ingerir algo.

La conclusión de esta rocambolesca historia es que ni mi amiga pitó ni yo he vuelto a pisar Toledo.

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