lunes, 28 de mayo de 2007

Me Voy del Colegio Mayor Peñafiel y del Opus Dei

Actualmente vivo en el Colegio Mayor Peñafiel de Valladolid, no soy del Opus Dei. Fui uno de los primeros estudiantes en ir a vivir allí después de que tuvieran que cerrarlo (2005) como centro de formación de ‘numerarios’.

He leído el artículo “La verdad del Colegio Mayor Peñafiel” en OPUSLIBROS.ORG y quiero decir públicamente que me voy a buscar otro sitio para vivir en Valladolid el curso que viene. Yo había conocido el Opus Dei hace ya tiempo a través de un amigo de mis padres aunque nunca he mantenido contacto estrecho con esta institución hasta que entré en el Colegio Mayor Peñafiel. Precisamente fue mi padre quien hace unos meses me recomendó leer esa web y tener ‘mucho cuidado’.[...]


jueves, 10 de mayo de 2007

Una Semana Santa en Toledo siendo del Opus Dei

Fue una experiencia inolvidable. Este viaje se preparo no porque en la Obra se estile irse por ahí de Semana Santa sino por motivos apostólicos.

Una amiga mía se iba a su pueblo a pasar la Semana Santa y como las directoras la veían pitable me estuvieron dando la lata para quedar con ella y pasar allí ese inolvidable Viernes Santo.

Salimos a primera hora de la mañana, a las ocho, con solo un café en el cuerpo, para los que no lo sepáis es día de ayuno y abstinencia, por fin en Toledo saludamos a mi amiga, nos hizo de guía turística por todos los monumentos de Toledo, yo tenía la tensión por el suelo, necesitaba otro café pero como nadie decía ni pío seguimos viendo procesiones.

Recuerdo que hacía mucho calor, yo no conocía nada de Toledo y según me dijeron aquí las procesiones eran muy austeras, nada de vivas, aplausos etc., todo era en silencio.

El día anterior nos comentaron que no lleváramos nada de comer, que allí ya compraríamos algo. ¡Que error!

Después de cinco horas de caminata vino el feliz momento de comer algo y descansar, eso pensé yo. Las cafeterías estaban a rebosar no se podía entrar, como todas estábamos desmayadas optamos por ir a los puestos de la calle que vendían bocadillos, y van y nos salen con que sólo los tienen de jamón, chorizo, salchichón, etc. Entonces va la de turno y pregunta: ¿Oiga pero si hoy no se puede comer carne? Con amabilidad nos aclara el dependiente que esos puestos eran para los costaleros y ellos no tienen esa obligación. Viendo nuestras caras de hambre se compadeció de nosotras y nos dijo que le quedaban tres latas de mejillones. Ahí nos veis repartiendo las tres latas para cinco bocadillos. Como siempre terminamos en un poyete, bien sentaditas, comiendo nuestros bocatas.

El calor sofocante, el dolor de píes por la caminata, unido a que el piscolabis en vez de quitarme el hambre me la aumentó, hizo que me enfadara muchísimo. Pero nada importaba, todo eran bromas y risas. Eran las tres y media de la tarde cuando terminamos la “gran comilona”, entonces sale una voz del grupo con un ¿rezamos el rosario?. A mí se me cambio la cara, creo que por los ojos echaba chispas, una, al verme en este estado me dice al oído con una sonrisita de complicidad: ofrécelo por tu amiga y seguro que pita.

Añado que durante el resto de la tarde no nos atrevimos a comer ni beber nada puesto que eso supondría no poder cenar en casa y tener que esperar hasta las 12 de la noche para ingerir algo.

La conclusión de esta rocambolesca historia es que ni mi amiga pitó ni yo he vuelto a pisar Toledo.

La excursión mensual en el Opus Dei

Os tengo que decir que, sin faltar a la verdad, en el Opus Dei si que se hacían buenas excursiones

Recuerdo la primera a Cotos en pleno invierno. Íbamos a disfrutar de la nieve. Como es habitual en la Obra te daban todas las explicaciones oportunas de cómo debías equiparte para tal evento (es decir ninguna).

Nuestro punto de encuentro era en una iglesia para oír Misa y mientras íbamos llegando nos mirábamos unas a otras, el espectáculo era lamentable.

Primero veías a la experta de la excursión que aparecía equipada como los de Baqueira Beret. Las más avispadas llevaban puesto lo prestado de familiares o amigas. Y el resto como podían: zapatillas de deporte, vaqueros y la prenda de abrigo, por supuesto, pasada, muy pasada de moda.

Con estas pintas nos pusimos en camino a la gran aventura. Una vez en Cotos, nos encontramos con una pista llena de familias montadas en trineo deslizándose por la nieve. Yo pregunte: ¿Vamos a alquilar trineos? Y la que hacía cabeza me responde: no, vamos a caminar y respirar aire puro. Finalmente aparecemos en una zona donde no se veía ni un alma y con más pendiente que la montaña rusa del parque de atracciones. Una vez instaladas nos empezamos a tirar las primeras bolas de nieve y como es lógico después de tanta caminata teníamos los pies congelados y empapados de agua.

¡Oh, sorpresa! cuando la experta nos enseña una bolsa de basura gigantesca y nos dice: “vamos hacer culoeski”, ahí nos ves tirándonos por una pendiente que solo Dios sabe como pudimos salvarnos de la muerte, porque accidentes hubo de lo lindo.

Recuerdo a mi pobre madre esperándome en el metro más cercano a mi casa, la había llamado diciéndole que llegaría más tarde, ya que estaba en el hospital por un esguince en el tobillo. Este episodio se repitió en varias ocasiones, cada vez que mi madre oía que me iba de excursión a la nieve directamente sacaba a todos los santos.

Ahora pienso en la gran irresponsabilidad de aquellos años y más cuando íbamos con niñas. ¡Cuantas locuras que nos podían haber causado un gran disgusto!

Eso sí, en la Obra tenemos la costumbre que cuando salimos de viaje rezamos a San Rafael para que nos prepare un camino seguro.

miércoles, 2 de mayo de 2007

El paseo semanal en el Opus Dei


Minerva

Recuerdo cuando yo me hice de la Obra, estaba en un centro de gente joven, había planes a todas horas y no te dejaban ni respirar. Todos los fines de semana había algo que hacer con las niñas que iban por el centro: festivales, ver una película, excursiones, charlas, meditaciones, catequesis, etc.

Pero cuando pasan los años te llega la gran noticia: te cambian de centro y aterrizas en otro de mayores. Ahí empiezas a darte cuenta de lo que te espera el resto de tu vida. Ya no hay tantos agobios, sólo apareces 1 ó 2 días a la semana para recibir los medios de formación y hasta la próxima.

Entonces te preguntas: ¿y el paseo semanal? Y te responden: “pues queda con una amiga”, y tú dices: “mira es que están casadas, con hijos y los fines de semana no pueden”, y contestan: “Pues ya sabes a hacer más apostolado”.

Claro, se te cae el alma a los píes, pero cuando insistes en este tema y te vuelves ya pesadita, sale el paseo semanal, que consiste en quedar un domingo, en pleno mes de agosto, a las cinco de la tarde, en una iglesia por la zona de Sol para hacer primero la oración. Como vivas lejos de allí (como a mí me pasaba) me suponía salir a las cuatro, con un sol que cae como plomo derretido..

Terminada la oración te ibas a una heladería, nos comprábamos los helados, y nos los comíamos andando y a veces, con suerte en algún jardín cercano. Luego a parecía la de turno que comentaba ¿habéis rezado el rosario?

En otras ocasiones íbamos a una cafetería, pero lo más curioso es que nadie tomaba nada para merendar, y eso que no era sábado. ¡A mí que me apetecía unas tortitas con nata!… Pues nada el cafecito y a darte una vuelta.

Lo más triste era la vuelta a casa. Cuando llegaba a mí portal las terrazas de verano estaban rebosantes de gente charlando, con la algarabía de los niños, los vecinos tomando el fresco… y yo, a las ocho y media de la tarde, cuando empezaba la vida para los demás, con 40 años, me recogía en casa porque ya había terminado mi paseo semanal de domingo.

Entonces, mientras subía las escaleras hacia “la casa de mis padres”, un único pensamiento me mantenía en píe: QUE ERA UNA CRISTIANA NORMAL Y CORRIENTE.