miércoles, 2 de mayo de 2007

El paseo semanal en el Opus Dei


Minerva

Recuerdo cuando yo me hice de la Obra, estaba en un centro de gente joven, había planes a todas horas y no te dejaban ni respirar. Todos los fines de semana había algo que hacer con las niñas que iban por el centro: festivales, ver una película, excursiones, charlas, meditaciones, catequesis, etc.

Pero cuando pasan los años te llega la gran noticia: te cambian de centro y aterrizas en otro de mayores. Ahí empiezas a darte cuenta de lo que te espera el resto de tu vida. Ya no hay tantos agobios, sólo apareces 1 ó 2 días a la semana para recibir los medios de formación y hasta la próxima.

Entonces te preguntas: ¿y el paseo semanal? Y te responden: “pues queda con una amiga”, y tú dices: “mira es que están casadas, con hijos y los fines de semana no pueden”, y contestan: “Pues ya sabes a hacer más apostolado”.

Claro, se te cae el alma a los píes, pero cuando insistes en este tema y te vuelves ya pesadita, sale el paseo semanal, que consiste en quedar un domingo, en pleno mes de agosto, a las cinco de la tarde, en una iglesia por la zona de Sol para hacer primero la oración. Como vivas lejos de allí (como a mí me pasaba) me suponía salir a las cuatro, con un sol que cae como plomo derretido..

Terminada la oración te ibas a una heladería, nos comprábamos los helados, y nos los comíamos andando y a veces, con suerte en algún jardín cercano. Luego a parecía la de turno que comentaba ¿habéis rezado el rosario?

En otras ocasiones íbamos a una cafetería, pero lo más curioso es que nadie tomaba nada para merendar, y eso que no era sábado. ¡A mí que me apetecía unas tortitas con nata!… Pues nada el cafecito y a darte una vuelta.

Lo más triste era la vuelta a casa. Cuando llegaba a mí portal las terrazas de verano estaban rebosantes de gente charlando, con la algarabía de los niños, los vecinos tomando el fresco… y yo, a las ocho y media de la tarde, cuando empezaba la vida para los demás, con 40 años, me recogía en casa porque ya había terminado mi paseo semanal de domingo.

Entonces, mientras subía las escaleras hacia “la casa de mis padres”, un único pensamiento me mantenía en píe: QUE ERA UNA CRISTIANA NORMAL Y CORRIENTE.

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