domingo, 3 de junio de 2007

Opus Dei. La Santa Coacción

OPUS DEI
Autor: DE ORBANEJA, FERNANDO
Pág.: 256
Sello: EDICIONES B
Precio sin IVA: 16,25 €
Precio con IVA: 16,90 €
ISBN: 978-84-666-3347-5
Fecha de publicación: 21/05/2007


LA SANTA COACCIÓN.

Escrivá de Balaguer era un sujeto oscuro, obsesionado por el poder y el dinero. Tras las estrecheces económicas de su infancia y los complejos por su humilde extracción social durante la adolescencia, Escrivá utilizó todas las armas a su alcance para crear una Obra que reuniera tanto a laicos como a sacerdotes, solteros, casados y viudos, dedicados a la búsqueda de la santidad.

Durante la Guerra Civil escribe Camino y se declara defensor a ultranza del conservadurismo más radical; por supuesto, apoya el levantamiento y su libro está impregnado de terminología marcial. Al terminar la contienda, el Opus se instaló definitivamente en las capas más altas de la sociedad y empezó su verdadera labor de enriquecimiento y control extremo de todo y de todos (Reseña Editorial).

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ÍNDICE GENERAL

  • Introducción.
  • El Fundador.
  • Formación y normas.
  • Proselitismo.
  • ¿Secta?, ¿mafia?
  • El fin justifica los medios.
  • Política.
  • Las Mujeres.
  • Los que se van.
  • Canonización.
  • Constituciones y escritos.


lunes, 28 de mayo de 2007

Me Voy del Colegio Mayor Peñafiel y del Opus Dei

Actualmente vivo en el Colegio Mayor Peñafiel de Valladolid, no soy del Opus Dei. Fui uno de los primeros estudiantes en ir a vivir allí después de que tuvieran que cerrarlo (2005) como centro de formación de ‘numerarios’.

He leído el artículo “La verdad del Colegio Mayor Peñafiel” en OPUSLIBROS.ORG y quiero decir públicamente que me voy a buscar otro sitio para vivir en Valladolid el curso que viene. Yo había conocido el Opus Dei hace ya tiempo a través de un amigo de mis padres aunque nunca he mantenido contacto estrecho con esta institución hasta que entré en el Colegio Mayor Peñafiel. Precisamente fue mi padre quien hace unos meses me recomendó leer esa web y tener ‘mucho cuidado’.[...]


jueves, 10 de mayo de 2007

Una Semana Santa en Toledo siendo del Opus Dei

Fue una experiencia inolvidable. Este viaje se preparo no porque en la Obra se estile irse por ahí de Semana Santa sino por motivos apostólicos.

Una amiga mía se iba a su pueblo a pasar la Semana Santa y como las directoras la veían pitable me estuvieron dando la lata para quedar con ella y pasar allí ese inolvidable Viernes Santo.

Salimos a primera hora de la mañana, a las ocho, con solo un café en el cuerpo, para los que no lo sepáis es día de ayuno y abstinencia, por fin en Toledo saludamos a mi amiga, nos hizo de guía turística por todos los monumentos de Toledo, yo tenía la tensión por el suelo, necesitaba otro café pero como nadie decía ni pío seguimos viendo procesiones.

Recuerdo que hacía mucho calor, yo no conocía nada de Toledo y según me dijeron aquí las procesiones eran muy austeras, nada de vivas, aplausos etc., todo era en silencio.

El día anterior nos comentaron que no lleváramos nada de comer, que allí ya compraríamos algo. ¡Que error!

Después de cinco horas de caminata vino el feliz momento de comer algo y descansar, eso pensé yo. Las cafeterías estaban a rebosar no se podía entrar, como todas estábamos desmayadas optamos por ir a los puestos de la calle que vendían bocadillos, y van y nos salen con que sólo los tienen de jamón, chorizo, salchichón, etc. Entonces va la de turno y pregunta: ¿Oiga pero si hoy no se puede comer carne? Con amabilidad nos aclara el dependiente que esos puestos eran para los costaleros y ellos no tienen esa obligación. Viendo nuestras caras de hambre se compadeció de nosotras y nos dijo que le quedaban tres latas de mejillones. Ahí nos veis repartiendo las tres latas para cinco bocadillos. Como siempre terminamos en un poyete, bien sentaditas, comiendo nuestros bocatas.

El calor sofocante, el dolor de píes por la caminata, unido a que el piscolabis en vez de quitarme el hambre me la aumentó, hizo que me enfadara muchísimo. Pero nada importaba, todo eran bromas y risas. Eran las tres y media de la tarde cuando terminamos la “gran comilona”, entonces sale una voz del grupo con un ¿rezamos el rosario?. A mí se me cambio la cara, creo que por los ojos echaba chispas, una, al verme en este estado me dice al oído con una sonrisita de complicidad: ofrécelo por tu amiga y seguro que pita.

Añado que durante el resto de la tarde no nos atrevimos a comer ni beber nada puesto que eso supondría no poder cenar en casa y tener que esperar hasta las 12 de la noche para ingerir algo.

La conclusión de esta rocambolesca historia es que ni mi amiga pitó ni yo he vuelto a pisar Toledo.

La excursión mensual en el Opus Dei

Os tengo que decir que, sin faltar a la verdad, en el Opus Dei si que se hacían buenas excursiones

Recuerdo la primera a Cotos en pleno invierno. Íbamos a disfrutar de la nieve. Como es habitual en la Obra te daban todas las explicaciones oportunas de cómo debías equiparte para tal evento (es decir ninguna).

Nuestro punto de encuentro era en una iglesia para oír Misa y mientras íbamos llegando nos mirábamos unas a otras, el espectáculo era lamentable.

Primero veías a la experta de la excursión que aparecía equipada como los de Baqueira Beret. Las más avispadas llevaban puesto lo prestado de familiares o amigas. Y el resto como podían: zapatillas de deporte, vaqueros y la prenda de abrigo, por supuesto, pasada, muy pasada de moda.

Con estas pintas nos pusimos en camino a la gran aventura. Una vez en Cotos, nos encontramos con una pista llena de familias montadas en trineo deslizándose por la nieve. Yo pregunte: ¿Vamos a alquilar trineos? Y la que hacía cabeza me responde: no, vamos a caminar y respirar aire puro. Finalmente aparecemos en una zona donde no se veía ni un alma y con más pendiente que la montaña rusa del parque de atracciones. Una vez instaladas nos empezamos a tirar las primeras bolas de nieve y como es lógico después de tanta caminata teníamos los pies congelados y empapados de agua.

¡Oh, sorpresa! cuando la experta nos enseña una bolsa de basura gigantesca y nos dice: “vamos hacer culoeski”, ahí nos ves tirándonos por una pendiente que solo Dios sabe como pudimos salvarnos de la muerte, porque accidentes hubo de lo lindo.

Recuerdo a mi pobre madre esperándome en el metro más cercano a mi casa, la había llamado diciéndole que llegaría más tarde, ya que estaba en el hospital por un esguince en el tobillo. Este episodio se repitió en varias ocasiones, cada vez que mi madre oía que me iba de excursión a la nieve directamente sacaba a todos los santos.

Ahora pienso en la gran irresponsabilidad de aquellos años y más cuando íbamos con niñas. ¡Cuantas locuras que nos podían haber causado un gran disgusto!

Eso sí, en la Obra tenemos la costumbre que cuando salimos de viaje rezamos a San Rafael para que nos prepare un camino seguro.

miércoles, 2 de mayo de 2007

El paseo semanal en el Opus Dei


Minerva

Recuerdo cuando yo me hice de la Obra, estaba en un centro de gente joven, había planes a todas horas y no te dejaban ni respirar. Todos los fines de semana había algo que hacer con las niñas que iban por el centro: festivales, ver una película, excursiones, charlas, meditaciones, catequesis, etc.

Pero cuando pasan los años te llega la gran noticia: te cambian de centro y aterrizas en otro de mayores. Ahí empiezas a darte cuenta de lo que te espera el resto de tu vida. Ya no hay tantos agobios, sólo apareces 1 ó 2 días a la semana para recibir los medios de formación y hasta la próxima.

Entonces te preguntas: ¿y el paseo semanal? Y te responden: “pues queda con una amiga”, y tú dices: “mira es que están casadas, con hijos y los fines de semana no pueden”, y contestan: “Pues ya sabes a hacer más apostolado”.

Claro, se te cae el alma a los píes, pero cuando insistes en este tema y te vuelves ya pesadita, sale el paseo semanal, que consiste en quedar un domingo, en pleno mes de agosto, a las cinco de la tarde, en una iglesia por la zona de Sol para hacer primero la oración. Como vivas lejos de allí (como a mí me pasaba) me suponía salir a las cuatro, con un sol que cae como plomo derretido..

Terminada la oración te ibas a una heladería, nos comprábamos los helados, y nos los comíamos andando y a veces, con suerte en algún jardín cercano. Luego a parecía la de turno que comentaba ¿habéis rezado el rosario?

En otras ocasiones íbamos a una cafetería, pero lo más curioso es que nadie tomaba nada para merendar, y eso que no era sábado. ¡A mí que me apetecía unas tortitas con nata!… Pues nada el cafecito y a darte una vuelta.

Lo más triste era la vuelta a casa. Cuando llegaba a mí portal las terrazas de verano estaban rebosantes de gente charlando, con la algarabía de los niños, los vecinos tomando el fresco… y yo, a las ocho y media de la tarde, cuando empezaba la vida para los demás, con 40 años, me recogía en casa porque ya había terminado mi paseo semanal de domingo.

Entonces, mientras subía las escaleras hacia “la casa de mis padres”, un único pensamiento me mantenía en píe: QUE ERA UNA CRISTIANA NORMAL Y CORRIENTE.

lunes, 30 de abril de 2007

Cómo los del Opus Dei te convencen para ir al médico

Minerva

Es increíble la cantidad de personas en el Opus Dei que están con tratamiento psiquiátrico, pero los directores responden que es la enfermedad del siglo XX - XXI, y que como los de la Obra son como los demás también padecen de lo mismo.

Yo al principio no me lo podía creer, cuando fui a un centro de mayores me di cuenta de la cantidad de gente que iba al psiquiatra o tomaban pastillas para la ansiedad, dormir, tranquilizantes, etc.

Con el tiempo y además por experiencia (aunque me di cuenta cuando estuve fuera) que cualquier motivo era bueno para que acudieras al médico, y más si esos temas estaban relacionados con que “no soy feliz”, “no tengo amigas”, “solo salgo con mi madre los fines de semana”, “puedo ser buena cristiana sin ser del Opus Dei”, “no consigo que me salgan todas las normas”, “no puedo con la vocación”, “siempre estoy triste”, etc.

Las repuestas seguro que las sabéis de memoria, “si no eres feliz es porque solo piensas en ti y no rezas”, “en el centro se hacen planes pero tu nunca vas”, “si no tienes amigas haz apostolado, además con tu edad es normal que estén casadas y no puedan salir contigo”, “a estas alturas no puedes dudar de tu vocación”, etc.

Bueno después de toda esta retahíla, van y te sueltan lo de “¿Cuánto tiempo llevas sin ir a hacerte la revisión?, luego te comenta lo de “a lo mejor lo que te ocurre es que estas cansada”, y como crees firmemente lo que te dicen las directoras que sólo piensan en tu bien, terminas yendo como un corderito al médico.

Así es como empieza todo y lo peor es que ni sospechamos como puede terminar. De lo que si estoy segura es de que nunca te dirán de primeras TU ESTÁS ENFERMA, pero ellas si lo piensan.

domingo, 28 de enero de 2007

Psiquiatras Para Perseverar

Minerva

(Reedición con epílogo del original de 26 de junio de 2005.)

Reiteradamente se trata en distintos medios de comunicación, sobre el problema de las enfermedades mentales de los miembros de la Obra y sobre los psiquiatras del Opus Dei que los atienden. De los veintitrés años que estuve en la Prelatura, los trece últimos los pasé enferma de depresión. Para ahorrarme el dolor de su recuerdo preferiría no hablar sobre este tema, ni rememorar la época y circunstancias en las que se desarrolló mi enfermedad, mas considero que debo vencer mi rechazo y escribirlo porque puede ayudar a alguien que ahora esté pasando por algo parecido a lo mío. De todo lo que voy a hablar a continuación tengo nombres y demás datos que lo corroboran, pero prefiero no citar ni a las personas ni los lugares que las pondrían evidencia porque quiero que el árbol no tape al bosque: que se le achaquen a esos sujetos, a título individual, algo que puede ser frecuente en la Obra.

Me hice agregada del Opus Dei a los 19 en un centro de chicas jóvenes en donde permanecí los primeros diez años…

Durante esa época fui una muchacha vital, alegre, llena de entusiasmo, con la risa pegada a la cara… y lo fomentaba el ambiente de juventud de aquel centro que continuamente me mantenía ocupada. Aunque no todo el monte fue orégano y pasé por temporadas en las que pensaba que aquello no era lo mío; por ejemplo, cada 19 de marzo, en el que tenía que renovar un año más en la Obra, yo me resistía e iba precedido de un tremendo darme la lata para que lo hiciera, pero a pesar de todo guardo gratos recuerdos de aquel entonces en donde, por lo menos, no sentí nada de soledad.

El tiempo pasó, las directoras debieron especular que a mis 29 años ya era hora de trasladarme a un centro de mayores y lo hicieron de la noche a la mañana. Para mí fue como entrar en otra dimensión. La casa nueva está situada en una zona noble de Madrid, de techos altos, oscura, sin un ápice de la algarabía del lugar que acababa de dejar y las numerarias que lo habitaban y las agregadas… Bueno, para que os hagáis una idea de la edad y circunstancias de esas mujeres os relato el comentario que le hice a la directora cuando terminó de enseñármelo, le dije: “Oye, y de entre todas las de este centro ¿hay alguna que sea joven o que no esté enferma?”.

Y aquel cambio de centro fue mi encuentro con la soledad de la Obra y su indiferencia hacia mí. Antes llenaba los fines de semanas con excursiones u otros planes apostólicos, ahora, con mis amigas y compañeras casadas y atendiendo a sus familias, me tenía que conformar con estar sola en la casa de mis padres y, como mucho, yendo a dar un paseo con mi madre o a merendar con una vecina. Durante el resto de la semana todo el contacto con mi “familia” de la Obra consistía en ir una tarde al centro en donde, sin pausa alguna, asistía al circulo semanal, hacía la charla (dirección espiritual), el movimiento económico (en donde se le entrega a la secretaria el sueldo mensual y sacas lo necesario para tus gastos) y me confesaba.

Para llenar el vacío que sentía me volqué en el trabajo, al que aumenté tanto el tiempo como la intensidad de mi dedicación.

En algo menos de un año ya era otra persona: seria, circunspecta, mordaz en los comentarios y sobre todo una mujer muy triste. Las directoras me debieron ver mal y acortaron la fecha de mi revisión médica anual (todos los de la Obra han de pasarla cada año con un facultativo del Opus Dei) y en un principio fui tratada por él con ansiolíticos para mandarme a los pocos meses a una psiquiatra que es supernumeraria, quien me diagnóstico depresión bipolar. En los trece años que fui su paciente ha empleado conmigo todo el arsenal farmacológico posible. Entre otros efectos, sus tratamientos me han provocado un hipotiroidismo permanente causado por el litio (del que me he de medicar de por vida); alucinaciones que comenzaron con una nueva medicación y cesaron al quitarla, mareos; dormir durante largos periodos de tiempo, que en una ocasión llegó a tres días seguidos; permanecer ingresada un mes en una clínica psiquiátrica y un largo etcétera que el lector puede imaginar.

Desde el comienzo de esa tristeza y pérdida de ganas de vivir me fue asaltando la idea de que mis males se podrían solucionar dejando la Obra, pero varios condicionantes me imposibilitaron hacerlo:

1 – La absoluta confianza que tenía depositada en las directoras, quienes me afirmaban que lo mío era seguir en el Opus Dei, que fuera de él sería una desdichada, que tenía que dejar de pensar en mí y ofrecer con alegría mi enfermedad (es del todo imposible que un depresivo pueda ofrecer con “alegría” su mal, ya que entonces no sería depresivo), etc.

2 – Porque en la depresión me era muy costoso (casi imposible) tomar decisiones.

3 – Porque me impedían oír otras opiniones (ir a médicos objetivos, no ligados a la Obra) o valorarlas cuando me las daban (por ejemplo, mis padres, con quienes vivía, me dejaban caer que fuera de la Obra estaría mejor), ya que entonces las directoras me contaban que esos consejos eran humanos, no sobrenaturales, las tentaciones de las que el Demonio se vale al usar a nuestras familias como obstáculo en nuestra vocación.

Poco a poco, se me fue haciendo imposible seguir el plan de vida de la Obra: me dormía en la oración, por mi trabajo no podía ir a misa por la tarde y por la mañana no había quien me pudiera sacar de la cama media hora antes de lo necesario, y así ocurrió con el resto de las normas que, por otra parte, cada vez me producía más ansiedad hacerlas, por lo que al cabo de unos años tan sólo iba a misa los domingos y me confesaba semanalmente.

A los veinte años de estar en Obra y a los diez de ser la paciente de esa psiquiatra, su tratamiento continuado hizo sus efectos y, aunque no bien, por lo menos estaba estabilizada: trabajaba doce horas al día, iba el miércoles al centro (tal y como indiqué antes) y el resto del tiempo me lo pasaba durmiendo (los días de diario llegaba a casa, cenaba y me acostaba hasta la mañana siguiente; de viernes por la noche a lunes por la mañana lo empleaba en estar en la cama, salvando el tiempo imprescindible para las necesidades biológicas, ir a misa, y dar un paseo con mi madre). A partir de entonces la idea de dejar la Obra fue creciendo en mí y las directoras siguieron en sus trece de que lo mío era morir en el Opus Dei.

Hago un inciso. Si alguien se encuentra en un estado en el que su corazón le grita que debe dejar la Obra, por experiencia personal puedo decirle que lo primero que debe hacer es considerar que sus directores no son sus amigos sino unos fanáticos del Opus Dei, que permitirán y ayudarán a que se muera dentro hecho jirones antes de dejarle abandonar la Obra. Y lo segundo, y como consecuencia de lo anterior, es que la primera obligación de esa persona ante si misma y ante Dios (porque Él si que te ama, tanto a ti como a tu salud) es la de ocultar a los de la Obra sus pensamientos y pesquisas para dejar el Opus Dei hasta que llegue el momento en el que se tengan los recursos necesarios para poderse ir.

Como antes conté, a los diez años de enfermedad y tres antes de dejar la Obra, me encontraba estabilizada y cada vez con más ganas de marcharme del Opus Dei, lo que les repetía a la directora y al sacerdote asignado, quienes a su vez reiteraban su postura de que me mantuviera dentro. Al cabo de un año de ese tira y afloja (las directoras eran quienes tiraban, a mi me correspondía tan sólo aflojar) me comenta la psiquiatra que me convenía recibir una terapia de electroshock, sin explicarme muy bien el porqué. Vuelvo a repetir que yo me encontraba bastante bien pero, como siempre, me dejé llevar y me aplicaron seis sesiones. Por la mañana de seis días seguidos, antes de trabajar, fui a la clínica en donde me dormían para aplicarme después el electroshock.

Tiempo después leí que el electroshock es una práctica casi en desuso, que se utiliza fundamentalmente para romper circuitos cerebrales viciosos. Por ejemplo, alguien tiene la obsesión de suicidarse y la corriente eléctrica que se aplica con el electroshock rompe las conexiones neuronales que la mantienen, permitiendo así que el paciente olvide esa tendencia. Pues bien, cuando me lo aplicaron, mi única “obsesión” era la de dejar el Opus Dei.

Tras recibir ese tratamiento no encontré mejoría alguna. pero si una consecuencia muy molesta: perdí la memoria de periodos y circunstancias de mi vida que desde entonces tan sólo puedo recuperar, con esfuerzo, si alguien me los recuerda. Y yo me pregunto: ¿Cuánto será lo realmente olvidado que desconozco porque no me lo recuerda nadie? ¿Cuántas cosas habré olvidado con imposibilidad de recuperarlas porque tan sólo las conocía yo?

Si se tiene una muela infectada, los calmantes, antibióticos contra la inflamación, etc., tan sólo son parches para mejorar temporalmente el estado de salud, pero lo único que realmente puede curarlo es hacer desaparecer la caries que produce el mal. De la misma manera, la Obra era la causa que provocaba mi depresión y todos los tratamientos que me aplicaron durante trece años fueron composturas ineficaces para la mejoría definitiva, que tan sólo se produjo cuando estabilicé mi vida fuera del Opus Dei.

Creo que lo que me daba una cierta estabilidad con respecto a la depresión era precisamente el deseo cada vez mayor de irme de la Obra. Pienso que al enfrentarme a la verdadera razón de mi mal y al poner los medios de que disponía para dejarlo fue lo que precisamente me inyectó vitalidad. El caso es que mis ganas de dimitir en la Obra aumentaron durante el año siguiente a la aplicación del electroshock, pero continuaba careciendo de los recursos interiores necesarios para llevarlo a cabo. Según la imagen de futuro que vaticinaban mis directoras era muy dura la vida que me esperaba fuera del Opus Dei: sin familia, con cuarenta y dos años, con una gran enfermedad, con padres muy mayores, sin amistades y, por si fuera poco, jugándome la salvación eterna por decirle a Dios que no en un don tan valiosísimo como es la gracia de la vocación a la Obra.

Pero, ¡hete aquí!, que hace poco más de un año (mayo de 2004), por casualidad descubro esta web. Leo con admiración como no soy la única persona a la que le ocurren estas cosas, sigo a Carmen Charo en su testimonio y cómo tan sólo mejora cuando deja el Opus Dei, me empapo de los correos diarios, de los documentos que figuran en “Tus escritos”… e, ¡ilusa de mí!, lo cuento en la charla de la semana siguiente. Me contestan que debo dejar de acceder a esta web, pero para entonces ya se me “habían abierto lo caminos divinos de la tierra” y sigo entrando en ella; lo cuento de nuevo, me contestan que si continúo leyéndola he de hablar con un sacerdote de la Delegación y, por la cara que puso quien llevaba mi charla, le pregunté si lo que estaba haciendo era algo muy grave y me respondió que sí. Pero ya era imposible pararme, así que ni fui a ver a ese sacerdote ni volví más al centro. Escribí a los orejas expresándoles mi deseo de contactar con alguien que me pudiera ayudar y tuve encuentros con algunos exmiembros. Ya me hallaba con la fuerza necesaria para dejar el Opus Dei. Saqué el propósito de no volver a pisar un centro de la Obra, por lo que quedé una tarde en una cafetería con la agregada que llevaba mi dirección espiritual y le entregué la carta de dimisión al Opus Dei.

Cambié de psiquiatra (por supuesto no del Opus Dei) y después de varias consultas me dio la buena noticia de que no padecía depresión bipolar, sino que mi estado depresivo se debía al ánimo triste normal de cualquier persona, que se desborda hacia la enfermedad cuando se halla sometida a una gran soledad y al intenso estrés de carecer de esperanza para salir de ella, por lo que la desaparición de las circunstancias que lo provocan (en mi caso dejar la Obra) llevaría de nuevo a la salud. Y, en efecto, así ha ocurrido.

A mediados de agosto conocí a quien ahora es mi marido (nos casamos unos meses después), a final de ese mes me llamaron de delegación contándome que el Padre no me daba la dispensa en espera de que me lo pensara mejor y les respondí que como tardaran mucho en dármela corrían el riesgo de que contrajera matrimonio sin estar dispensada, y cinco semanas más tarde, por fin, fui eximida de pertenecer al Opus Dei.

Junto a la Obra también se fue de mi vida la depresión de la que llevo más de un año sin presentar ningún síntoma, a pesar de que el nuevo psiquiatra me ha retirado, poco a poco, gran parte de la medicación (ya que no puedo abandonarla de golpe por el efecto rebote que me provocaría tras haberla estado tomando durante tantos años), siendo su idea la de acabar suprimiéndomela del todo.

Y aquí finaliza mi testimonio, que se corresponde con este presente en el que lo termino.

Minerva

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Epílogo.

Justo hace 19 meses (más de año y medio) que publiqué el escrito de arriba, y en este tiempo no ha hecho sino mejorar el final que allí expuse.

Con respecto a la depresión. Nada de nada. Ahora tan sólo tomo medicación para el hipotiroidismo que me provocó el tratamiento con litio allí contado (que por ser una lesión irreversible durará el resto de mi vida).

Narrar el placer de lo extraordinario es muy fácil, mas ¿cómo cuentas el gozo de poder vivir lo mismo que viven el resto de los mortales y que aprecias tanto porque te lo habían arrebatado durante años? ¿Cómo trasmitir que viendo volar una mosca eres feliz porque tan sólo haces eso, sin la presión mental inculcada en la Obra de que estás perdiendo el tiempo? ¿Es posible entender el disfrute de parar el despertador y decirte que vas a seguir remoloneando en la cama sin sufrir con el cargo de conciencia que te habían inculcado de que eso no es grato a Dios? ¿Cómo hacer ver la felicidad de estar enganchada a una telenovela sin que nadie te recrimine por ello?

Voy a terminar con una comparación.

Asemejo mi estancia en el Opus Dei a la de alguien que vive con la cabeza metida en una olla a presión de normas, miedos, culpas, fobias, temores… Y la que he vivido desde que lo dejé a la de quien le abren la tapa de golpe.

Minerva